Desescolarizar no es simplemente sacar a un hijo del sistema escolar. Es un proceso más profundo, un cambio que alcanza tanto a los niños como a los padres. Se trata de dejar atrás una forma de entender el aprendizaje, de soltar la estructura que la escuela imprime en el ritmo cotidiano y de abrir un espacio nuevo donde aprender vuelva a ser un acto libre, guiado por la curiosidad y no por la obligación.
Después de años de horarios, materias y calificaciones, tanto los niños como los adultos necesitan un tiempo para desandar los hábitos que se formaron en torno a la escuela. A ese tiempo de transición muchos lo llaman “desintoxicación escolar”. No se trata de replicar la escuela en casa, sino de permitir que el cuerpo y la mente respiren sin la presión del rendimiento. Dejar que el juego, la conversación y el descanso vuelvan a ocupar el lugar que les corresponde. En ese aparente vacío, los niños comienzan a reencontrarse con su deseo de aprender, y los padres descubren otra forma de acompañar.
Al principio puede haber dudas. La incertidumbre de no saber si se está haciendo lo correcto, de mirar a los hijos jugando todo el día y preguntarse si aprenderán algo más que eso. Esa inquietud es parte del proceso, porque los adultos también necesitamos desescolarizar nuestra propia mirada. Aprendimos que estudiar era sinónimo de tareas y exámenes, y cuesta confiar en que aprender puede nacer de algo tan simple como una charla o una caminata al aire libre.
Durante este tiempo, lo importante no es enseñar, sino observar. Escuchar. Permitir que los días se acomoden a otro ritmo. Puede parecer que no sucede nada, pero en realidad todo se está reordenando por dentro. El niño que juega, explora, pregunta y se aburre está recuperando una conexión con el mundo que la escuela muchas veces interrumpe. Es un período de recomienzo, un reseteo silencioso.
Las actividades más valiosas suelen ser las más sencillas: salir al aire libre, cocinar juntos, leer por placer, visitar un museo, jugar sin propósito. Todo lo que despierte interés o curiosidad cuenta como aprendizaje. En este camino, la paciencia y la confianza se vuelven indispensables. Cada familia encuentra su propio ritmo y su manera de aprender, y no hay fórmulas que sirvan para todos.
Desescolarizar no es un retroceso ni una renuncia, sino un acto de confianza en la capacidad natural de los niños para aprender cuando se les da el tiempo, el espacio y la libertad necesarios. Es también una forma de recordar que la educación no sucede solo en las aulas, sino en cada experiencia compartida, en cada conversación y en cada descubrimiento que ocurre cuando dejamos de apurar el tiempo.

